México
El peligroso paso de los niños centroamericanos a través de la frontera sur rumbo a EU

Desde 2011 hasta 2013 se ha producido cada año un aumento del 50% en el número de niños migrantes centroamericanos detenidos tratando cruzar de forma irregular por el estado de Chiapas, paso principal en la frontera sur mexicana, según cifras del Instituto Nacional de Migración mexicano.
Honduras es la nacionalidad que más ha crecido entre los menores que lo intentan, superando a El Salvador y a Guatemala, el país con las cifras habitualmente más altas por compartir frontera con México. Caro, largo, peligroso y sin garantías. Así definen en Centroamérica el largo tránsito por México hasta la frontera norte con Estados Unidos.
“Probablemente la mayoría tienen Estados Unidos como destino final porque sus familias viven allá, pero a muchos niños y niñas centroamericanos les basta con llegar a México para solicitar refugio, porque la principal causa que les empuja a salir de sus países es el histórico incremento de la violencia”, explica Lourdes Rosas, especialista del área de incidencia e investigación en el Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova en Tapachula, Chiapas. Muchos niños latinoamericanos, en su mayoría guatemaltecos, hondureños y salvadoreños, logran realizar con vida los varios miles de kilómetros que supone el viaje clandestino.
Todos ellos se suman cada mes a los cientos de menores mexicanos que también lo intentan. Washington confirmó este lunes la detención desde octubre de 2013 de más de 52,000 inmigrantes menores de edad llegados a Estados Unidos de forma irregular, según dijo la directora de Política Interna de la Casa Blanca, Cecilia Muñoz.
Pero muchos otros no logran siquiera alcanzar los estados norteños mexicanos. De los 10,000 menores inmigrantes centroamericanos que fueron detenidos en 2013 por las autoridades de inmigración mexicanas, “9,000 fueron deportados, el 90%”, explican desde el Centro Fray Matías de Córdova.
Causas de la migración masiva infantil
La migración centroamericana al norte lleva décadas dándose, recalcan los expertos, la novedad es que se haya disparado entre menores y en solitario. Un cóctel de causas explica por qué miles de niños huyen de sus países.
Según un estudio realizado en 2013 por una delegación de Migración y Servicio a los Refugiados de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, cada uno de los tres países del triángulo norte de Centroamérica expone desafíos socioeconómicos que empujan a la población infantil a migrar de manera masiva.
La progresiva desaparición de la industria del café en Guatemala ha contribuido a la salida de los niños, mientras que en Honduras la inestabilidad política ha derivado en la ausencia de un gobierno capaz de velar por la seguridad ciudadana frente a la violencia y la extorsión de las pandillas.
En cuanto a El Salvador, particularmente dependiente de las remesas procedentes de Estados Unidos, la población se ha visto gravemente afectada a consecuencia de las recesiones globales, explica el informe.
Pero la amenaza común a los tres países, además de la pobreza, es el recrudecimiento de la delincuencia y la violencia, que está expulsando a miles de niños por miedo a morir si se quedan.
“Algunos ven casi a diario cómo asesinan a sus amigos y familiares y piensan: el siguiente puedo ser yo”, afirma César Ríos, director ejecutivo del Instituto Salvadoreño del Migrante (Insami), un organismo que critica la “falta de voluntad política de los gobiernos para realizar los ajustes que frenen la huída constante de menores”.
Rumor de los coyotes
El servicio consular salvadoreño, recalca el vocero de Insami, “no parece estar preparado para atender este tipo de casos, asi que el Gobierno debe tomar medidas urgentes si el país quiere colocarse a la altura de este problema. No puede limitarse a llamar a las familias para que no manden a los niños”.
En paralelo, “los coyotes han extendido el rumor de que pueden mandar a los menores a Estados Unidos y de que ahora van a recibir el beneficio y se podrán quedar allá aún sin tener papeles, y las familias los están creyendo”, explican desde el Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos (Cofamide) de El Salvador.
“Obviamente los mueve el deseo de la reunificación familiar, claro, muchos quieren vivir con sus papás emigrados, poder estudiar y estar a salvo”.
A este respecto, el Secretario de Seguridad Nacional estadounidense, Jeh C. Johnson, lanzó la semana pasada una carta en la que avisaba a los padres de estos menores de que “no hay permisos” al final del viaje y sólo les espera la deportación.
Desapariciones sin denuncia
El coyote o pollero, el traficante contratado por la familia para cruzar al menor al otro lado, no trabaja solo.
“Los padres los contactan desde Estados Unidos, aunque algunos también lo hacen desde su país. Suelen cobrar una media de 6.000 dólares en adelante. Son redes de tráfico de personas que van pasando a los niños de mano en mano, tratan al migrante como mercancía, los cambian en la frontera y al final no sabes ni con quién va el niño ni en qué punto del viaje se encuentra”.
La que habla es Ana Zelaya, una madre salvadoreña cuyo hijo de 22 años desapareció en México en 2002 camino de Tijuana.
“Estaba en la frontera de Hidalgo cuando no supe más de él”. Desde entonces no ha dejado de buscarlo y forma parte como portavoz de Cofamide, una organización fundada en 2006 por familiares de emigrantes salvadoreños muertos y/o desaparecidos rumbo a norteamérica.
“Sabemos que hay muchos niños y niñas centroamericanas desaparecidos pero de ellos no tenemos una estadística porque la mayoría de las familias se niegan a denunciar por miedo a la extorsión y a las amenazas de los coyotes, así que de estos niñitos no hay registro”, explica Zelaya.
Lourdes Rosas, del Centro Fray Matías de Córdova, afirma que por lo general los adolescentes centroamericanos de 15, 16 y 17 años viajan completamente solos o acompañados por algún amigo, primo o hermano, pero “los más pequeños, de 5 a 11 años, suelen viajar con polleros”.
Sin embargo, también hay niños que lo dejan todo y huyen aún siendo muy pequeños sin decir nada a quienes viven con ellos.
“Algunos se van de la casa sin avisar y sin el enlace de un coyote, por pura desesperación. Se sienten tan amenazados que emprenden solos el viaje con la esperanza de reunirse con el papá o la mamá en Estados Unidos. En Cofamide tenemos el caso de dos niños de 13 y 14 años que huyeron sin coyote y que llevan dos años desaparecidos, en este caso la abuela sí se atrevió a denunciar y aún los estamos buscando”.
La clave está en no repetir ruta, afirma Zelaya. “Desde El Salvador, la mayoría salen por tierra, pero algunos también lo intentan por vía marítima con tal de evitar a las autoridades y a los militares, pero lo importante es no ir siempre por el mismo sitio ni tomar el mismo transporte”.
Ya sea en carro, camión o lancha, el objetivo es no caer en manos de las autoridades migratorias para evitar ser deportados. Además, todavía en Centroamérica, muchos, especialmente si proceden de zonas rurales, son víctimas de la estafa del coyote. “Les dicen que ya están en México y los dejan en Guatemala solos y perdidos, así se desaparece mucha gente”.
La odisea de cruzar México
Para algunos centroamericanos con rumbo a Estados Unidos, alcanzar Chiapas, paso principal en la frontera sur mexicana, no supone ni un tercio del camino. Todavía les espera cruzar todo México “un país que no está exento de mafias y violencia” recalca Rosas
Para muchos niños, alcanzar Chiapas, paso principal en la frontera sur mexicana, no supone ni un tercio del camino. Todavía les espera cruzar todo un país que no está exento de mafias y violencia.
“A lo largo del viaje duermen poco, comen mal, pasan frío y sed, caminan por zonas inhóspitas en las que se pueden lesionar físicamente, pasan horas bajo en sol en el desierto, sienten miedo, son víctimas de agresiones, secuestros y abusos sexuales, les discriminan y engañan, les roban…”, resume la investigadora mexicana.
Los que optan por la ruta del Pacífico, pasado el río Suchiate —cuyos últimos 75 kilómetros forman la frontera natural entre México y Guatemala—, se convierten en polizones del tren de carga conocido como La Bestia.
En sus techos viajan cada año miles de centroamericanos a quienes las mafias mexicanas pueden llegar a pedir “hasta 100 dólares por un billete que no existe porque es un tren de mercancías, pero sin el cual no subes”, comenta Zelaya. Pero el pasaje no es nada comparado con la amenza que suponen sus raíles.
Lourdes Rosas afirma que “se han dado casos de adolescentes que viajan solos y sin recursos en La Bestia y que se han caído perdiendo alguna extremidad, quedando completamente solos y mutilados”.
Se han dado casos de adolescentes que viajan solos y sin recursos en el tren La Bestia (el conocido tren de carga que atraviesa buena parte de México y que sirve a los inmigrantes de transporte) y que se han caído perdiendo alguna extremidad, quedando completamente solos y heridos”.
La portavoz de Cofamide explica que el miedo a las autoridades mexicanas migratorias, los federales o el Ejército, que controlan las carreteras y los puntos de paso de todo el país, convierte el tren —cuya ruta va de Ciudad Hidalgo hasta Ciudad Juárez— en una opción muy peligrosa pero la más segura para no ser detenido.
Ni yendo acompañados de coyotes los niños están a salvo del crimen organizado en La Bestia, “a veces los abandonan y les dicen que finjan ser mayores de edad”, así el pollero evita ser detenido por tráfico de personas.
“En México ni sus connacionales se salvan de la corrupción y el secuestro, así que menos lo están los centroamericanos, lo que ocurre allá con los inmigrantes es un genocidio, masacran a nuestra gente, la violación de los derechos humanos es aberrante. Los cárteles del crimen organizado trafican con sus órganos, violan a mujeres y niñas y obligan a los adolescentes a unirse a ellos como sicarios bajo amenaza de muerte”, denuncia la vocera de Cofamide.
El viaje les puede tomar desde semanas a meses, pero si el menor es detenido en algún punto del trayecto, “se le traslada a un centro de detención, luego a otro y a otro y a otro hasta que los deportan”.
México tiene alrededor de una treintena de centros de detención para inmigrantes en situación irregular. “Cuando un menor es arrestado por Migración también lo envían allí. En ellos, a todos los inmigrantes se les da un trato delincuencial y los niños no son una excepción”
Devueltos al lugar del que huyeron
Pese a la cantidad de peligros a los que se exponen, para la mayoría de los niños centroamericanos el viaje en busca de sus familias, o de una infancia más digna y segura, termina en deportación.
En los cuatro primeros meses de 2014, han sido repatriados un total de 8.350 niños centroamericanos desde México a sus países de origen: 689 a El Salvador, 1,216 a Guatemala y 2,134 a Honduras, según el Instituto Nacional de Migración mexicano.
Antes, pueden llegar a pasar meses o años en centros de detención. El de la frontera sur, en Tapachula, con el nombre oficial de Estación Migratoria Siglo XXI, tiene una capacidad para mil personas y un área de adolescentes con capacidad para 70. “Allí dentro se generan conflictos entre los jóvenes, los policías les tratan mal, nadie vela por ellos y están en celdas. Las niñas están en el área de mujeres adultas y muchas están solas sin nadie a su cargo.
Es un ambiente hostil y peligroso para los menores”. La ley de migración mexicana, de 2011, dice que tras la detención de un menor se tendría que identificar si hay una situación de riesgo que lleve a verificar si ese menor se puede deportar o no al país del que huyó, pero la práctica sistemática del Estado mexicano es la detención y la deportación automática.
“En México no existe determinación del interés superior del niño para identificar qué necesidades de protección tiene. Incluso los niños que logran entrar en un procedimiento legal de solicitud de refugio, no saben qué es y cuando por fin lo entienden y saben que se demora meses, o años incluso, prefieren ser deportados y volver a intentar cruzar tantas veces como sea necesario. Los que jurídicamente logran un refugio, que son los menos, luego no tienen si quiera un programa específico que los acoja y los integre socialmente”, explica Lourdes Rosas.
El problema de estos miles de pequeños migrantes por la violencia está precisamente a la vuelta, porque regresan a todo lo que les hizo huir. En el centro de detención de inmigrantes en Chiapas hay deportaciones todos los días, cada país tiene asignados sus días y los devuelven en autobuses por nacionalidades.
“Los autobuses salen a las cuatro de la madrugada porque el trayecto a sus países es largo y lo que se pretende es que lleguen a su destino antes del anochecer, ya que son ciudades muy peligrosas, especialmente San Pedro Sula en Honduras”.
Nadie sabe que están de vuelta y, muchas veces, así como llegan vuelven a intentar cruzarSegún los acuerdos de repatriación de la república mexicana, en los autobuses que deportan a los niños deben viajar con ellos agentes de las autoridades migratorias mexicanas hasta la frontera, y al menos algún miembro de las autoridades de la niñez de sus países de origen, quien vela por la llegada de los menores a un albergue estatal de recepción y entrega. “Pero esto no siempre ocurre”, matiza Rosas
Estos albergues están regidos por las instancias responsables de la niñez en su países de origen. “Algunos de estos centros, como en Guatemala, están un poco mejor estructurados pero otros, como en Honduras, son albergues en condiciones de precariedad y riesgo.
Cuando llegan los menores por la noche no hay cena, ni desayuno al día siguiente. Los hondureños además están colapsados y los niños no pueden estár más de una noche, así que se les canaliza a otros albergues del país”, critica.
El viaje de los niños centroamericanos deportados termina en estos centros donde al día siguiente son recogidos por un familiar: “Muestran un documento de identidad y se llevan el menor a casa”.
Si nadie va a por ellos y son adolescentes se les deja ir solos, salvo en Honduras donde no importa su edad, tengan los años que tengan si nadie se presenta a recogerlos les dejan marchar sin más. “Así nadie sabe que están de vuelta y, muchas veces, así como llegan vuelven a intentar cruzar porque no tienen dónde ir.
En los casos más vulnerables, se trata de niños que no pueden volver a sus colonias y barrios porque allá las pandillas los amenazaron de muerte”, explica la investigadora de Tapachula.
Por: VERÓNICA VICENTE / 20minutos.com.mx
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