Michoacán
Michoacán: estado fallido
Nada expresa mejor en este país las características propias de un Estado fallido, que asfixian totalmente la vida ciudadana, como lo que sucede en Michoacán. Michoacán es la tierra del ex presidente Felipe Calderón. La violencia ya estaba muy arraigada y el crimen organizado descomponía el libre desarrollo estatal desde los inicios del sexenio de Calderón. Tal vez por haber nacido ahí y por la gravedad de las cosas, decidió echar a andar la guerra contra el narco primero en esa entidad.
Pero no hay nada que pruebe mejor que todo cuanto se hizo ahí ha fracasado, como la reciente necesidad de intervención armada por parte del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto en esas mismas tierras.
Esto es como un “deja-vu”. Ya lo vivimos. El llamado “Operativo Conjunto Michoacán”, anunciado por el gobierno de Calderón el 11 de diciembre de 2006, intentaba pacificar la entidad y rescatarla de las garras del crimen. Garras que siguen ahí y realmente han crecido, se han arraigado más y ahora controlan cada uno de los municipios.
El operativo de Calderón lanzó en su momento cerca de cinco mil agentes de seguridad, sumando al Ejército, la Marina Armada, y la inefable Policía Federal. Todo de forma totalmente inútil. En parte, porque ninguna guerra se gana sólo con las armas, y esto es algo básico que un estadista serio no puede desconocer. No hubo nunca un trabajo paralelo, consistente, de lo que llamo #ReconstrucciónDelTejidoSocial.
Para ganar una guerra al crimen, se necesita definitivamente la colaboración de las familias, de los padres de familia, como también, por supuesto, de un ejército de educadoras, terapeutas, talleristas, maestros, expertos en educación física, pedagogos, psicólogos, y de instituciones que trabajan impulsando los valores, como las iglesias, comisiones de derechos humanos, organizaciones de la sociedad civil, etc.
Claro está que se requiere oferta de empleo bien remunerado, y educación de calidad en todas las escuelas, pero dadas las circunstancias especiales, el trabajo articulado de la ciudadanía no puede dejarse de lado para salir de la guerra bien librados.
Otro frente sin el cual la guerra no pude concluir, y eso es lo que también está sucediendo en Michoacán –y también en el resto del país-, es el combate a la impunidad y a la corrupción. Si los culpables no van a la cárcel porque pagan su libertad, jamás se va a recuperar la confianza de la ciudadanía en las autoridades. Esa es la mejor forma de que todo gobierno pierda las elecciones, y además, así no podemos salir del atolladero.
Cuando veamos caer a todos los verdaderos responsables materiales e intelectuales de innumerables crímenes, entonces la confianza podrá recuperarse gradualmente. El gobierno que nos muestre que es capaz de meter a la cárcel a quien sea que haya cometido delitos -sobre todo los que más lesionan la dignidad de las familias, como el secuestro, la extorsión, la violación, el robo, el asesinato- será visto inmediatamente como un oasis en el desierto de justicia en que nos encontramos por el momento.
El otro frente es el que representa la corrupción. Es a la sociedad a la que le toca denunciar en todo momento los actos corruptos. Ya estamos en una era en que la información fluye de forma inmediata. No hay pretextos. Pero los gobiernos no pueden quedarse atrás. Hoy, se emiten muy pocos mensajes por parte del gobierno federal que expresen voluntad de combatir este mal. Casos sonados de ex gobernadores o líderes sindicales corruptos son desatendidos totalmente. El PRI sigue siendo tan corrupto como siempre. No hay novedades.
En Michoacán, hay gran impunidad. Suponiendo que esos alcaldes que alguna vez mandó apresar el gobierno federal anterior fueran culpables realmente de colaborar con el crimen, no pudieron sustentarse las acusaciones ante los jueces, y hoy están todos ellos libres. Los líderes de los cárteles del crimen, Caballeros Templarios y La Familia Michoacana, están libres. Incluso suben videos a Youtube exponiendo sus retorcidas ideas con gran relajación. Ni apurados se ven. Así que esos líderes están vivos, libres y tranquilos.
El gobernador Fausto Vallejo, enfermo y ausente. El interino no está haciendo gran cosa. Esto es injustificable cuando la gente vive una verdadera asfixia.
Lo que se necesita en todo el país, entidad por entidad, es estimular la participación ciudadana, invirtiendo presupuesto y con mucha difusión, para emprender una verdadera Reconstrucción Del Tejido Social. En este proceso, no hay que subestimar el poder del diálogo, de la conversación. Por ahí se empieza. Hablando, comunicando. Con buenas explicaciones hay que convencer a la gente de la necesidad de actuar como una unidad, de dejar atrás el egoísmo, y de vivir conforme a valores como la justicia, el amor, la solidaridad, el apoyo, la honestidad.
Sin duda ésa es la base para sanar el tejido hoy tan lastimado. Hoy está todo tan mal que por tres mil pesos los sicarios niños asesinan a quien sea. Hay muchos ejemplos. ¿Quién platicó con esos muchachos primero? Seguramente nadie. Con maestros como los de la Ceteg, no hay mucho de qué admirarnos. Dejan un ejemplo absolutamente negativo. Sus acciones ensucian la armonía que deseamos construir. Reman al revés.
Tanto el gobierno de Calderón, como hoy el de Peña Nieto, nos metieron en una guerra, sin preguntar si estábamos de acuerdo en las soluciones bélicas. Sí se necesita el Ejército en Michoacán para garantizar el desarrollo de la normalidad. Es necesario para poder ir a la escuela, al trabajo. Sin su presencia, no se puede hacer nada. Es la verdad.
Pero no es una función de las Fuerzas Armadas reconstruir el tejido social. Y por ello a mediano y largo plazo no va a cambiar nada de fondo. Porque la misma descomposición social que posibilita que nuevos jóvenes ingresen a las filas del crimen, sigue ahí, intacta.
Está claro, por otra parte, que en Michoacán ni en ningún otro lugar del país, se requiere una revolución armada para cambiar las cosas y acabar con el crimen organizado. Tampoco se necesita de la llegada de una dictadura militar que imponga un supuesto orden, estado de sitio y medidas de ese estilo. Para nada.
Lo que se precisa es que las familias y las instituciones colaboremos unidos, primero en recuperar la confianza en las instituciones, y luego en los gobiernos.
Tampoco las cosas van a mejorar a través del partido que se escoja en las urnas. No basta con eso. La reconstrucción social es algo mucho más hondo que los colores de los partidos. Pero sí es importante entender que debemos plantear esta reconstrucción más allá de partidos e ideologías, desde el humanismo. ¿Por qué? Porque las personas, las familias, son el centro del mundo. Y toda ideología desprovista de amor y libertad es esclavitud.
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