Opinión
Bajar Impuestos; Gasto Público Alimenta Corrupción e Ineficiencia

Las promesas fallidas han acorralado al equipo económico del gobierno de Peña Nieto. Las críticas de especialistas, empresarios y medios de comunicación así como por el descontento social los empuja a respuestas precipitadas y repetir el mismo error: ofrecer un futuro con mayores tasas de crecimiento económico.
En 2013 la promesa oficial colocó al crecimiento del PIB en el rango de 3.5%, que no se cumplió; para 2014 el pronóstico fue de 3.9% (promesa fallida); y ahora, Hacienda ofrece un avance de 5% 2015.
Las autoridades se sienten comprometidas a colocar a la economía mexicana en una autopista de alta velocidad. Y hasta ahora le ha apostado a una receta: colocar al incremento del gasto público como el motor del crecimiento, con un agregado muy peligroso: un abultado déficit público.
Para 2014 el déficit fiscal para todo el año quedaría en poco más del 4% como proporción del PIB (contando gastos de inversión de Pemex y el costo de la onerosa banca de desarrollo). Esta forma de crecer explica el perfil de la reforma fiscal: recaudatoria.
TAMBIËN FALLO EL PAN B
El problema es que ese plan ha sido bombardeado en sus puntos neurálgicos. Se suponía que el gasto público sería alimentado por una recaudación fiscal creciente, ingresos petroleros estables y una expansión de 3.9% de la economía mexicana, la cual estaría anclada al tan esperado repunte económico de Estados Unidos.
Bueno, pues nada de eso se cumplió. En el primer trimestre de este año: la producción de Pemex se cayó, la economía mexicana pisó el terreno de la recesión y el PIB de EU se contrajo uno por ciento.
La situación, sin embargo, no hizo retroceder al gobierno. Declaró que no modificaría el gasto público, ni bajarán impuestos y, además, prometió para el país un crecimiento de 5% en 2015.
Pero, ¿de dónde saldrán los recursos para sostener el plan de crecimiento? ¿Todo se le apuesta a las reformas estructurales? ¿Cuál será el precio de este tipo de expansión?
Análisis privados, calculan que la baja en el pronóstico de crecimiento de la economía mexicana (de 3.9 a 2.7%) generará una reducción en los ingresos públicos de alrededor de 17 mil 500 millones de dólares. Es decir, para cubrir el gasto programado el déficit público crecerá, a niveles preocupante. ¿Cómo afectará esto al presupuesto? ¿Cómo se cubrirá la caída en los ingresos del gobierno? Para mantener el presupuesto tal y como está programado y debido a que se prometió que no habría más aumento de impuestos, sólo hay una opción: contratar más deuda. Habrá un efecto inmediato: incremento interno de las tasas de interés y mayor escasez de créditos para las empresas privadas.
RUTA MINADA
El camino de ese esquema de gasto público, sin embargo, es muy peligroso, está minado. Alimentar con deuda un presupuesto estatal que de por sí fue armado un abultados déficit fiscal, traerá graves consecuencias. Peor aún cuando las estructuras del gobierno presenta grandes boquetes que permiten fugas y desvíos de recursos.
Por ejemplo: si bien hay una reducción en el ritmo de endeudamiento de estados y municipios –IMCO apuntan que en 2010 creció 24.7%, mientras que en 2013 lo hizo en 11 por ciento–, el volumen de los pasivos es el mayor en la historia del país. Muchos recursos para detonar el crecimiento se irían a pagar deudas. Ante esto, no hay más que cambiar todas las deudas posibles al largo plazo y no reducir gasto público. En otras palabras, no hay otra salida.
Esta situación me recuerda la década del 80’s, cuando en el mundo circulaban, un día sí y otro también, predicciones económicas apocalípticas. Había una vasta literatura periodística que anunciaban la muerte no sólo del impero estadunidense sino del capitalismo.
El estancamiento económico global, la moratoria de pagos del Tercer Mundo, la ola de huelgas y protesta por desempleo e inflación llevaban a pensar que sólo con inyecciones crecientes de gasto público se solucionarían las cosas.
NUEVO CAMPO DE BATALLA
Pero algo sorpresivo sucedió. En EU y Gran Bretaña se asomaron movimientos económicos que mostraban algo nuevo, distinto. En 1989 en el periódico EXCELSIOR, escribíamos: “EU y Gran Bretaña han llevado a los países ricos hacia un nuevo campo de batalla, el de los sistemas impositivos de bajos impuestos”.
Apoyados con información que circulaba en la prensa internacional, señalamos: “Reagan modificó de un modo importante el sistema impositivo estadunidense. Si en 1981 el gobierno podía tomas hasta el 75% del ingreso de un ciudadano, hoy –1989– la categoría más alta bajó al 28 por ciento”.
Lo mismo sucedía en Gran Bretaña. La Primer Ministro Margaret Hilda Thatcher –la Dama de Hierro— recortaba impuestos. “Durante los años 70 de gobierno laborista, se cayó en el extremo de tomar hasta el 98% sobre la renta del capital, pero ahora –1989– la tasa más alta es de 40 por ciento”.
¿Cuál fue el resultado? El renacimiento de las dos economías y la revolución productiva y tecnológica sin precedente en EU.
LA SOLUCIÓN NO ESTÁ EN EL GASTO
Esto debe ser una lección para México.
Cuando el gobierno supone que sólo con más impuestos recaudatorios, déficit fiscal y deuda pública se puede logrará crecer, hay otra opción: implantar un sistema impositivo competitivo, dentro de los estándares de la globalización.
En México el camino del populismo económico conduce mayores males. El país arrastra un sistema fiscal diseñado para atender más que nada a las necesidades financieras de gobiernos –locales y federal—que se encuentran empantanados en estructuras burocratizadas, excesos administrativos y grandes deudas.
Los ingresos fiscales alimentan a una partidocracia que ha engendrado políticos, legisladores y funcionarios públicos que cada vez más perfeccionan leyes para ocultar el manejo de recursos públicos, ingresos y permitir corruptelas de un mercado paralelo para la designación de presupuestos –pidiendo el llamado “entre”–.
La solución no está en el ingreso, sino en el recorte y reestructuración del gasto público. En resumen: en la implantación de un sistema fiscal competitivo, que mejore el poder de compra de la población y estimule la inversión privada y el empleo. Menores impuestos anima a la gente a trabajar, invertir y, pagar impuestos. En el largo plazo, paradójicamente, esto eleva los ingresos del estado.
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