Opinión
Castellanos: Otro modo de ser humano y libre

Hoy se cumplen cuarenta años de que se apagara la luz de Rosario Castellanos, paradójicamente electrocutada por una lámpara, como lo expresaría conmovedoramente Jaime Sabines en su “Recado a Rosario Castellanos”. Novelista, filósofa, periodista, diplomática (embajadora de México en Israel al día de su muerte), feminista, y poeta, Castellanos fue una cabal mujer de letras.
Con su estilo intelectual y apacible analizó actuar del gobierno mexicano en un tiempo en que no se permitía ni acostumbraba la crítica pública y abierta, como quedó constancia –por mencionar una muestra– en su poema “Memorial de Tlatelolco”. Fue igualmente una articulista comprometida e incisiva, como pudo ilustrar José Emilio Pacheco en la antología Mujer de palabra.
Artículos rescatados de Rosario Castellanos, donde se reunieron por primera vez diversos textos que escribió sobre el movimiento estudiantil del 68, entre otros. Dejó igualmente una de las obras más importantes en la narrativa indigenista de nuestro país, compuesta por Balún Canán, Ciudad Real yOficio de tinieblas.
Castellanos también hizo una crítica profunda y visionaria del papel de la mujer en la sociedad mexicana, de la que son testimonio obras como los ensayos contenidos en Mujer que sabe latín. En el cuento “El viudo Román”, publicado en Los Convidados de Agosto de 1964, por ejemplo, Castellanos hace un singular relato del universo de las relaciones entre hombre y mujer en el México de la primera mitad del S. XX.
Lectura evocadora, provocativa, que incita a pensar sobre los daños y los prejuicios, sobre la institucionalización de la violencia hacia la mujer. Ahí Romelia, una de las protagonistas de la historia y objeto de la venganza de Román, el otro protagonista, es la imagen de una mujer mexicana, atrapada, burlada, vejada y colocada como un juguete de los designios de su contraparte masculina.
Castellanos, cuya pluma cultivó la epístola, el cuento, la novela, el ensayo, el teatro y la poesía, imprimió en toda su obra un distintivo sello personal. Preocupada –como ella misma lo explicaría– por las grandes preguntas, que no se interroga ni responde la literatura, pero sí la filosofía, dejó un legado literario en donde siempre están presentes reflexiones sobre la condición humana y femenina, así como sobre las relaciones entre los géneros.
Su obra poética, reunida primero en Poesía no eres tú, antología publicada en 1972, ofrece también una entrada a esa cosmovisión, en la que Castellanos indaga sobre lo que significa vivir, y ser mujer. En un reflexión sobre esa obra, escribió:
En el momento en que se descubre la vocación yo supe que la mía era la de entender. Hasta entonces, de una manera inconsciente, yo había identificado esta urgencia con la de escribir. Lo que saliera. Y salían endecasílabos consonantes. De cuatro en cuatro y de tres en tres. Soneto.
Y en esa vocación de pensar, peregrinó por temas insondables y recónditos. Acordes a su tiempo. A finales de los cuarentas, acompañada de Jaime Sabines, de Dolores Castro y de Enriqueta Ochoa, la voz de Castellanos ya delineaba algunos de los temas sobre las que continuaría cuestionándose toda su vida.
En “Trayectoria del polvo” (1948), escribió sobre la soledad: “Nací en la misma hora en que nació el pecado /y como él, fui llamada soledad”. Con un tono trágico también en ese poema primigenio sentenció:
He aquí que la muerte tarda como el olvido.
Nos va invadiendo lenta, poro a poro.
Es inútil correr, precipitarse,
huir hasta encontrar nuevos caminos
y también es inútil estar quieto
sin palpitar para que no nos oiga.
Castellanos veía a la muerte como un hecho latente y siempre al acecho, en expectativa. El amor y la soledad ocupaban en su universo un papel complementario y contradictorio. El primero era la salvación, pero la segunda una condena insalvable:
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir. (“Destino”, 1972)
A la soledad la acompaña el miedo. Un miedo atroz que persigue siempre a la voz poética de Castellanos. Pero las palabras emborrachan, ofrecen un consuelo: “Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras /como con una cesta de fruta verde, intactas” (“Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras…”, 1952).
Mujer de soledad, de amor y de palabras, Castellanos escapó –en otra paradoja– a la muerte con la magnitud de su pensamiento. Su obra sigue siendo un testimonio de lucha por la libertad, de construcción de identidad, de una firme convicción por indagar, interrogar y tratar de responder.
A cuarenta años de su muerte, Castellanos sigue dando pie al camino que ella misma tuvo abandonar tempranamente y ofrece al que quiere seguirlo una ruta para buscar, en sus palabras: “Otro modo de ser humano y libre” (“Meditación en el umbral”, 1972).
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