Opinión
+Déficit Público+Impuestos=Austeridad para la Sociedad
La política económica del gobierno empuja a México hacia una peligrosa trampa. La estrategia de crecimiento económico mediante mayor gasto público (apalancado con déficit y deuda), activa burbujas inflacionarias y especulativas que tarde o temprano estallarán en severas crisis.
Se minimizan el riesgo argumentando que el déficit fiscal está lejos de los elevados niveles alcanzados en los años 70s y 80s.
El problema, sin embargo, está en empezar. ¿Por qué? Porque hay estructuras del Estado –sobre todo el Congreso— que han dado muestras de su adicción patológica al derroche y a los gastos crecientes.
Peor aún, con el aval de expectativas optimistas de las reformas estructurales, han empezado a hipotecar el futuro del país.En 2013 se prometió un crecimiento de 3.5%, que no se cumplió (apenas se superó el 1%). No se logró lo prometido, se dijo, porque hubo un subejercicio en el gasto público y no hubo un incremento presupuestal del gobierno (en términos reales se contrajo).
HIPOTECANDO EL FUTUROEn 2014 el gobierno cambió la estrategia. Activó los motores del gasto público para alcanzar una “velocidad crucero” de 3.9% del PIB. Se elevó sustancialmente el presupuesto, al grado que se contempla un déficit fiscal (contando gastos de inversión de Pemex y el costo de la onerosa banca de desarrollo) de poco más del 4% como proporción del PIB. La promesa sólo duro tres meses.
Ahora el gobierno advierte que habrá un crecimiento de 2.7 por ciento. El pesimismo de analistas privados los lleva a pronosticar un cierre anual por debajo de la estimación oficial.De entre el polvo que ha levantado los ajustes en las perspectivas económicas, se asoma un problema: habrá menos crecimiento de la economía mexicana, pero con el mismo déficit fiscal programado para un PIB de 3.9 por ciento.
Es decir, habrá un déficit mayor como proporción de un PIB ajustado al 2.7%.Pese a este ajuste, se minimizan los peligros del déficit fiscal. Se argumenta como que el desequilibrio aún está lejos de los niveles alcanzados en los años de la década del 70 y 80.EL TAMAÑO SI IMPORTAComo decíamos al principio: el peligro está en empezar, porque ese déficit tiende a dispararse cuando no existe voluntad política de reducir el gasto público y establecer un sistema fiscal competitivo.
En este caso, lo que importa es el tamaño.Primero revisemos el pasado: en 1979 el balance fiscal reportó un saldo positivo de 3.9% como proporción del PIB, pero al año siguiente, en 1980, hubo un saldo negativo de -5.1%; en 1981 los números rojos brincaron a -10.4%; y en 1982 se dispararon a menos 19.4 por ciento. La tendencia negativa no se detuvo.
En 1980 el balance fiscal empezó un ciclo lardo de déficit continuo, de año con año, que concluyó una década después: en 1990 el saldo negativo fue de -2.8% y en 1991 se logró el primer reporte positivo de 2.9 como porcentaje del PIB.
¿Qué generaron esos déficits? Contribuyeron de un modo considerable a la detonación de la hiperinflación: expusieron a los mexicanos a una inflación sexenal de 459% en el gobierno de José López Portillo (1977-1982); y de 3,710%, en el gobierno de Miguel de la Madrid (1983-1988). En todo este sexenio la balanza fiscal negativa sumó -24.56%, como proporción del PIB.
MÁS IMPUESTOS MENOS CRECIMIENTOLas deudas públicas también fueron un detonador de la hiperinflación: en 1982 los pasivos externos del gobierno supero el 90% como porcentaje del PIB nacional.
Para minimizar el peligro de los déficits, se argumenta que hoy vivimos condiciones muy distintas. El país ya no opera bajo la protección de mercados cerrados y cautivos ni en el estatismo.Cierto, pero también hay un escenario productivo diametralmente distinto. En la época mencionada, entre el 80 ó 90% del PIB nacional dependía del gobierno; hoy, más del 80% del Producto es generado por el sector privado.
Hoy el gasto público tiene un menor efecto en la detonación del crecimiento. Peor aún, los déficits públicos apalancados con más impuestos y deudas públicas, reducen el potencial productivo del crecimiento económico del país. ¿Por qué? Porque la mayor recaudación fiscal y la contratación de deuda pública, en realidad significa una política de austeridad para el sector privado y el consumo social.
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