Opinión
El 10 de mayo y el mito de la maternidad
Hoy celebramos una de las fiestas simbólicas y mitológicas más importantes de nuestra sociedad: 10 de mayo, Día de la Madre. En el caso de México, esta celebración fue establecida a inicios del siglo XX. Y existen fiestas similares en muchas partes del mundo.
Y, en todos los casos, la celebración de la maternidad es una herencia de ritos ancestrales; de ritos que hincan sus raíces más profundas en los albores de la civilización, cuando la domesticación de las plantas permitió el inicio del sedentarismo, de las sociedades agrícolas. Esto fue hace diez mil años, aproximadamente.
Desde esos tiempos, la actividad fecunda de la agricultura se valoró y protegió tanto como la fecundidad reproductiva de las mujeres. De hecho, la agricultura y la maternidad se desarrollaron de forma paralela, llegando muchas veces a confundirse, como si de una sola cosa se tratara. La Madre Tierraera (es) la extrapolación natural y lógica de la mujer-madre terrenal.
Sin la certidumbre sobre la paternidad, durante siglos y siglos sólo quedó constancia irrebatible de lamaternidad: el niño salía de entre las piernas de la mujer. La Biología se convirtió, de esta manera, en la fuerza más dominante dentro del Derecho. Todas las normas que trataron de hacer valer la “paternidad”, siempre resultaron impotentes ante dos hechos biológicos innegables, objetivos y palpables: el embarazo y el parto.
Además, la clara relación sanguínea entre la madre y el niño, hizo que esta relación tuviera más nexos y mecanismos psico-emocionales que la relación padre-hijo. De ahí la mayor capacidad de la madre para ejercer coacción psicológica sobre el vástago, a través de mecanismos perversos como el chantaje emocional, la conmiseración y la auto-inmolación.
Por lo anterior, la “figura de la madre” ha pasado a formar parte de la colección de los grandes símbolos nacionales. Se ha endiosado y sobrevalorado la función de la maternidad. La “Madre” se ha convertido en un poder simbólico capaz de someter y manipular voluntades ajenas, usando las falsas ideas de “pureza”, “devoción”, “abnegación”, “sacrificio”, “dedicación” y “protección”.
No hay tal: la maternidad es un mito. Detrás de los embarazos y los partos de las mujeres concretas existen muchas motivaciones, las cuales, si quedaran al desnudo en toda su magnitud, demeritarían los actos reproductivos. Por ello, es muy importante tumbar las ideas míticas que se han construido en torno a la maternidad.
Para esto deviene esencial exhibir cuáles son los principales motivos por los que las mujeres se vuelven madres.
Hay mujeres que se vuelven madres como consecuencia accidental de un acto de fornicación. Buscando el simple placer sexual, de repente se ven inmersas en un proceso reproductivo debido a la ausencia de anticoncepción o a la imposibilidad de recurrir al aborto.
Hay mujeres que se vuelven madres porque no supieron resistir la fuerza del “mandato cultural imperante”; ese mandato que compele a toda mujer a convertirse en madre sólo porque tiene la posibilidad de serlo tras la aparición de los caracteres sexuales secundarios.
Hay mujeres que se vuelven madres esperando capturar, a través del niño procreado, al “macho” en turno, sobre todo cuando esto supone el acceso a una manutención permanente y a un cierto estatus social.
Hay mujeres que se vuelven madres esperando que sus hijos se transformen en su sostén económico y emocional en la vejez. Esperan que el niño, ya convertido en adulto, colme sus necesidades materiales y calme su sensación de soledad.
Hay mujeres que se vuelven madres para encontrarle sentido a sus vidas vacías y desorientadas. Saber que sus hijos dependen de ellas es motivo más que suficiente para que sigan aferrándose a la vida.
¿Cuántos otros motivos no existen para incurrir en la maternidad?
En fin, el asunto fundamental es que el mito materno, al igual que cualquier mito, es sólo un gigante de papel, que se mantiene vivo porque nadie le ha soplado con fuerza. Y quizá ni valga la pena.
Vaya, la carga de la vida es de suyo tan pesada, que es mejor dejar que las personas subsistan sujetándose a una que otra fantasía.
Concluyo: de haber sido mujer, yo nunca habría tenido hijos. Y, en estos tiempos de sobrepoblación planetaria, deberíamos construirles un monumento a las mujeres no-madres.
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