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Opinión

El carisma fatuo de Barack Obama; Rubén Cortés

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Al final, los ocho años de carisma y los discursos hermosos de Barack Obama, heredaron a Estados Unidos el huevo de la serpiente del populismo, el nativismo y la xenofobia de Donald Trump.

Si hubiese hecho algo mejor, millones de estadounidenses no estarían pidiendo a gritos un mandatario como Trump, cuyo surgimiento es producto del legado de Obama:

1.- En lo interno, un país con más de la mitad de la población con menos poder adquisitivo que en 2008, debido a que su gestión dificultó los préstamos y la formación de capital y, por tanto, el crecimiento económico.

2.- En lo externo, una potencia debilitada por su titubeante política en Medio Oriente y Asia Central, que  propició el surgimiento del Estado Islámico, el fortalecimiento de Al Qaeda y de una asfixiante paranoia terrorista.

El genio de Obama es instrumental, no creador, porque es un político carismático, no un estadista indicado para cuidar los intereses de una potencia cuyo destino está en juego ante la recomposición de la Gran Rusia y el avance de las esferas de influencia de China.

Su genio es instrumental porque se basa en la palabra hablada, lo cual lo convierte en un gobernante precavido, con una desesperante tendencia a contenerse, más preocupado por mirar por dónde puede recibir el jaque mate, que en mover piezas.

Por eso en 2014 planteó una atractiva reforma migratoria para legalizar a indocumentados que, por un lado, el Congreso mantiene estancada, y por otro le otorgó el triste papel de ser el presidente estadounidense que más inmigrantes a expulsado.

Según cifras del Departamento de Seguridad Nacional, Clinton deportó en sus dos períodos a 188 mil y George W. Bush a 359 mil. Pero Obama, sólo en 2012, echó a 419 mil. En total, el hijo de inmigrantes Barack Obama ha expulsado de Estados Unidos a 2.5 millones de inmigrantes.

En 2008 prometió cerrar la cárcel de Guantánamo, que sigue en pie; en 2014 ofreció seguro médico a bajo costo a todos los ciudadanos, pero éstos siguen sin tener un sistema universal de salud; en 2013 ofreció revisar los antecedentes de los compradores de armas y no lo cumplió.

En México, donde curiosamente cae muy bien a intelectuales orgánicos de la derecha, Obama es visto como estadista, pero es apenas un político interesado en políticas populares que, de todos modos, nunca consiguió del todo en ocho años.

Un estadista (más el de la todavía principal potencia) habría luchado por dejar un mundo restaurado, tras el auge del terrorismo desde 2001. Sin embargo, Obama carece de sentido de lo trágico, no cree que las potencias puedan morir, ni que el temor se convierta en el medio de la cohesión social.

Entonces no es un estadista.

POR  / COLUMNASMESA REVUELTA / elarsenal.net

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