Opinión
Guadalupe, la aparición que nunca ocurrió
Jorge Bergoglio, alias “Papa Francisco”, ya está en México, y hoy celebrará una misa solemne en la Basílica de Guadalupe. Vinieron a mi mente algunos recuerdos.
A mediados de los años ochenta del siglo pasado, siendo yo alumno del Seminario Menor de la Arquidiócesis de México, tuve la enorme oportunidad de conocer y tratar a don Guillermo Schulenburg(1916-2009), quien fue el último Abad de la Basílica de Guadalupe (nombre oficial: Abad Secular de la Insigne y Nacional Colegiata de Santa María de Guadalupe). Estuvo en ese cargo durante 33 años, veinte de los cuales (1976-1996) correspondieron a la nueva Basílica. Tras su defenestración, se acabaron los “abades” y dieron inicio los “rectores”.
Monseñor Guillermo Schulenburg fue uno de los Príncipes de la Iglesia. Un sacerdote con mucho dinero, poder e influencia. También fue un hombre muy culto. Pronunciaba el latín con enorme elegancia y maestría.
Siempre fue muy generoso con los seminaristas que “le echábamos la mano” en ceremonias litúrgicas y menesteres administrativos menores dentro de la Basílica. Nos daba “muy buenas propinas” y no pocas veces nos convido de ricas viandas. Guillermo Schulenburg era todo un bon vivant: le gustaba la buena vida y gozaba de los terrenales lujos sin empacho alguno. De broma solíamos decir que Monseñor tenía “voto de riqueza”, en vez de “voto de pobreza”.
Ante todo, al Abad Guillermo Schulenburg siempre le agradeceré dos cosas: a) sus grandes enseñanzas sobre la “política eclesiástica” y b) sus lecciones en torno a la religiosidad popular relativa a la Virgen de Guadalupe.
Era todo un Maquiavelo eclesiástico. Su trato cordial con políticos, empresarios, embajadores, militares y miembros de la Curia Romana no le evitaron diferencias agrias y fuertes con el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, entonces Arzobispo Primado de México. “Yo sólo le debo obediencia al Santo Padre, porque a mí me nombró el Obispo de Roma, no el Arzobispo de México”, nos decía “en corto”, causando la risa de todos. Con el muy habilidoso Girolamo Prigione, entonces Delegado Apostólico del Estado Vaticano en México, mantuvo un trato respetuoso pero distante. Me dio la impresión de que se temían mutuamente.
Por lo que respecta al culto guadalupano, Schulenburg era un experto. Aprovecho muy bien su gestión como Abad para estudiar a fondo, y en serio, el “fenómeno guadalupano”. No pocas veces compartió con nosotros las conclusiones de sus sistemáticos estudios, aprovechando nuestra curiosidad obsesiva sobre el tema. Muchas fueron las charlas que sostuvimos con don Guillermo Schulenburg sobre la Virgen de Guadalupe, y su conclusión siempre fue la misma: negaba la historicidad del “acontecimiento guadalupano”, sosteniendo que las “apariciones marianas del Tepeyac” debían comprenderse como parte de la catequesis simbólica efectuada por las órdenes religiosas que, tras la Conquista, se encargaron de la evangelización de los pueblos indígenas.
La interpretación de Schulenburg, basada en un análisis historiográfico riguroso, era compartida también por Monseñor Carlos Warnholtz, quien fue Arcipreste de la propia Basílica, y Manuel Olimón Nolasco, sacerdote, historiador y académico del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana.
A nosotros, como ensotanados principiantes, nos parecía por demás paradójico que dos de los principales funcionarios eclesiásticos de la Basílica concluyeran que las “apariciones guadalupanas” eran sólo unrecurso catequístico; y esto ya hacia mediados de los años ochenta, varios años antes de que apareciera la mejor exposición sintética al respecto: el libro intitulado La búsqueda de Juan Diego (México, Ed. Plaza & Janés, 2002), de Manuel Olimón Nolasco.
Diversos son los argumentos históricos que apuntalan la interpretación anti-aparicionista de Schulenburg, pero destaca uno: el inexplicable silencio de Fray Juan de Zumárraga (1468-1548), primer Obispo de la Diócesis de México.
Según el Nican Mopohua, relato en lengua náhuatl de las “apariciones marianas”, el testigo fundamental y clave de las “apariciones de la Virgen de Guadalupe” fue, precisamente, Fray Juan de Zumárraga, ya que, según dicho relato, ante Zumárraga desplegó el indio Juan Diego el ayate en donde quedó grabada “milagrosamente” la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Debemos recordar que Zumárraga se mostró inicialmente escéptico ante las palabras de Juan Diego, quien afirmaba que la Virgen se le había aparecido para solicitarle que fuera ante el Obispo (o sea, ante Zumárraga), a objeto de hacerle saber que ella quería que se le construyera un templo en el cerro delTepeyac. Las “apariciones” se fechan entre los días 9 y 12 de diciembre de 1531.
Como Juan de Zumárraga instó a Juan Diego a presentarle “pruebas fehacientes” de que todo cuanto decía era cierto, la Virgen hizo cortar a Juan Diego unas rosas de Castilla del agreste cerro, con la orden de meterlas en su ayate y llevárselas al Obispo Zumárraga. Para mostrarle las rosas el prelado, el indígena tuvo que desplegar su tilma o ayate, y he allí que la imagen de la Virgen apareció impresa en la burda tela propiedad del indio; tela que, se supone, es la que se exhibe actualmente en la Basílica de Guadalupe. Todo esto, claro está, según el relato legendario.
Lo curioso de todo esto es que, no obstante haber sido “tan trascendente” dicho acontecimiento, ninguno de los escritos de Fray Juan de Zumárraga hace referencia al mismo, cosa que se antoja imposible: un “milagro” de tal magnitud, por supuesto que hubiera impactado de tal forma al Obispo Zumárraga que éste se hubiera obsesionado en divulgarlo una y otra vez. Pero resulta que ni sus cartas, ni sus notas, ni sus testamentos, ni sus memorias, dicen algo al respecto. Tampoco hace mención alguna de las “apariciones” en su Regla Christiana Breve (1547), un catecismo de su autoría. No menciona las apariciones guadalupanas, ni al indígena Juan Diego, ni nada de lo que supuestamente presenció en vida; claro según el relato imaginario llamado Nican Mopohua.
Incluso, Zumárraga escribió en su Regla Christiana Breve: “Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester, pues está nuestra santa fe tan fundada por tantos millares de milagros como tenemos en el Testamento Viejo y Nuevo”.
Dicho sea de paso, para probar las “apariciones marianas” tampoco hubieran bastado las palabras de Juan de Zumárraga, dado el caso en el que algo hubiera escrito al respecto el primer Obispo de la Diócesis de México: los mismos Evangelios dicen muchísimas cosas imposibles de comprobar.
Concluyendo
Hoy, Jorge Bergoglio, alias “Papa Francisco”, celebrará una misa solemne en la Basílica de Guadalupe, justo para reforzar una de las creencias más absurdas de México: la creencia en la “aparición” de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego.
Y yo recordaré a don Guillermo Schulenburg, especialmente aquella vez en la que le pregunté: “Monseñor, ¿por qué seguir con este culto si sabemos que se basa en hechos falsos?”. A lo que Monseñor Schulenburg me respondió: “Porque los fieles lo desean y a la Iglesia le hace bien”. Todo un Maquiavelo,Monseñor Schulenburg.
En 1996, Schulenburg declaró públicamente lo que a nosotros nos había dicho tantas veces en privado: que la existencia de Juan Diego no estaba comprobada. La consecuencia era obvia: las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac no podían ser consideradas como históricamente ciertas. Se trataba, pues, de un relato construido para fines evangelizadores. Las incómodas palabras del último Abad de la Basílica causaron su renuncia y su congelamiento.
Pese a discrepar personalmente del modo de vida de Monseñor Schulenburg, siempre le estaré muy agradecido por el buen trato y las grandes lecciones de vida que siempre me brindó. Él murió en julio de 2009. Cuando me enteré, por supuesto que derramé algunas lágrimas.
POR CARLOS ARTURO BAÑOS LEMOINE / Profesor UAM-Xochimilco y UPN-Ajusco / CIUDADANO CERO / elarsenal.net
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