¿Legión de idiotas o expertos en todo?

Me formé académicamente como comunicador en la Universidad Autónoma Metropolitana, donde uno de los referentes teóricos fue el semiólogo italiano Umberto Eco, a quien seguí desde “Apocalípticos e Integrados”, hasta su postrera “Número Cero”, que por cierto leí ya no en papel, sino en Kindle.

Muy poco tiempo antes de morir, este mismo año, Eco sacudió al mundo de la comunicación digital criticando severamente el uso indiscriminado de redes sociales por “promover al tonto del pueblo como el portador de la verdad”.

Severo, sentenció: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de una copa de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles“.

¡Uff!

No creo que el autor de “El Nombre de la Rosa” haya asumido una postura de soberbia y chocante superioridad intelectual. Más bien, interpreto con humildad, se refería a la libérrima posibilidad de decir lo que sea e impulsarlo como verdad absoluta, aunque se trate de verdades a medias o disparates completos, y a la gran facilidad de hacerlo gracias al poderío de las carreteras digitales de la información.

Siempre ha existido la tentación de utilizar a los medios de comunicación disponibles para un fin específico, pero éste había estado relacionado tradicionalmente con grupos de poder, intereses económicos o creencias político-religiosas, y esta posibilidad de influencia radicaba precisamenteen el poder mismo de quienes lo ostentan.

Hoy, si bien los liberales celebremos que prácticamente cualquiera puede decir lo que sea, estamos ante un fenómeno de viralización inmediata de cualquier ocurrencia, y de la sustitución del debate de ideas franco e informado por la repetición incesante de sofismas, frases huecas y razonamientos simplistas y ramplones.

Aunque prefiero esa libertad en vez de buscar la también eterna tentación regulatoria, hay que decir que las redes sociales, particularmente Twitter y Facebook, se han convertido en escenarios digitales donde todos los días surgen opiniones de todo y sobre todo, no importa si tienen respaldo documental o rigor de análisis: son los “expertos en todo”.

Los “expertos” en acoso sexual y comportamientos adolescentes, que lo mismo pontifican o criminalizan a los involucrados en el penoso caso de los “Porkys” de Veracruz, olvidándose del hecho mismo, de la víctima que acusa a sus presuntos atacantes y de un problema cada vez más generalizado y alarmante.

Los “expertos” en ciencias de la atmósfera que señalan sin rubor supuestas causales y consecuencias de la contaminación que ahoga a la flamante CDMX, antes Distrito Federal.

Los “expertos” en hidrocarburos que parecieran contar con “pruebas irrefutables” de que la gasolina que consumimos es importada de China. No importa si no es verdad o si desmienten quienes lo tengan que hacer.

Los “expertos” financieros que lapidan a quienes pudieran tener cuentas “off shore” en Panamá o en cualquier parte del mundo, sin entender siquiera cómo funciona el sistema global de flujo de capitales.

Los “expertos” internacionalistas que ubican a la derecha o a la izquierda del análisis maniqueo a los Maduro, Macri, Putin, Maduro, Morales, Rousseff y hasta Trump, según la conveniencia (y estridencia) del momento.

Los expertos (sin comillas) de la conspiración en México, que sin rubor llaman “mafiosos” a quienes no piensan igual, o dan por verdad filtraciones anónimas sólo porque reaccionan a ello.

Los expertos (también sin comillas) que –unos- juzgan a algunos por su pasado priísta y –otros- que señalan con el dedo flamígero a quienes gozan de éxito económico o político “porque son miembros de la mafia del poder”.

En fin, nunca antes una o muchas tonterías habían tenido tanta posibilidad de trascender hasta formar parte de la discusión pública en el primer plano.

Estamos, en todo caso, ante la legión de los “expertos en todo”.

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

POR ALEJANDRO RODRÍGUEZ / COLUMNAS, CÓNCLAVE / elarsenal.net