Opinión
Los nuevos pacifistas mexicanos
La paz que queremos para México es una paz integral y plena. Duradera y auténtica. Y eso no es jamás producto de la casualidad, sino de la construcción social que hacemos día con día. Los nuevos pacifistas mexicanos no tienen –no tenemos- que esperar a sufrir en carne propia una gran desgracia, o que la sufra un familiar directo. Tenemos ya suficiente con todo lo que hemos visto que ha ocurrido a nuestros jóvenes, a nuestra gente, aunque no los hayamos conocido personalmente.
Esto es una cuestión de conciencia, una lucha por la transformación de la conciencia, que inicia no ante una tragedia de la propia familia, sino de la familia de quien sea. Porque todos valemos igual, porque tus hijos y los míos son lo mismo, porque todos somos hermanos y somos mexicanos.
Por ello, la paz que deseamos no es la paz forzada por el miedo de muchos ante el crimen organizado. No es la paz con pánico a manifestarnos, a expresarnos, a hablar, en la que nadie dice nada por temor a represalias.
No es la paz torcida, basada en doblar las manos o amafiarse con los delincuentes, hacer lo que ellos dicen, a cambio de una supuesta protección. Esa paz significaría los renglones torcidos de la libertad, la ética y la honestidad. Y a la postre vienen las consecuencias, fatales.
Ésa es una paz falsa, y que describe una situación propia de un Estado fallido que no brinda garantías a los ciudadanos para que vivan sus derechos humanos. Si los ciudadanos no tuvieran otra opción que ceñirse a las exigencias de grupos criminales para evitar su propia muerte u otras desgracias, estamos ante un Estado inerme, que ha depuesto su vocación de servir a las familias.
La que anhelamos, no es la paz aparente en la que muchos prefieren quedarse en sus casas, quietos y mudos, porque el gobierno actúa dictatorialmente, y sobre reacciona ante toda diferencia, toda oposición, valiéndose de aquella violencia que debe monopolizar, pero dándole un pésimo uso, volviéndola contra la propia población, y a veces en franca connivencia con los criminales organizados.
No es una paz auténtica la que hay en un país en el que la gente vive con miedo al gobierno y no puede sentirse libre y desarrollar su vida cotidiana con alegría y soltura. Esa también es una paz falsa. No hay paz real mientras te sientes amenazado con una pistola apuntando tu cabeza, sea la pistola del crimen o del gobierno. O ambas.
Si nadie puede ya distinguir entre el gobierno y los criminales, porque de facto ambos actúan igual, o están asociados, estamos ante un Estado fallido y totalmente corrupto.
No hay paz auténtica cuando no se combate sin tregua a la corrupción. La corrupción que proviene del gobierno y de muchos en la clase política fomenta que miles de delitos sean cometidos sin ninguna consecuencia, impunemente, todos los días.
Esta corrupción nos ha llevado a la crisis de credibilidad en los gobiernos, y en muchas instituciones. Miles de mexicanos ya no creen en las instituciones porque sus representantes han fallado un sinnúmero de ocasiones. Sin embargo, no es una solución democrática mandar a volar a las instituciones, sino depurarlas e impregnarlas de ética y humanismo.
La corrupción, por tanto, genera incontables injusticias, y ante éstas, los ciudadanos obviamente se inconforman y hacen uso de su legítimo derecho a protestar. A veces las protestas son demasiadas, y esto se debe a la multiplicación de injusticias por corrupción que vive México. Y a veces las protestas son muy violentas, y no de forma espontánea, sino planificada.
Combatir en todos los frentes y en todo momento a la corrupción, es un deber de todo pacifista activo. Hacerlo con violencia es abonar al caos, y agravar las crisis. Todo cambio que eche mano de la violencia genera consecuencias desastrosas para los ciudadanos y para el bien común. Las transformaciones valiosas toman tiempo, son pacíficas, activas, y valen la pena siempre.
Exigir resultados positivos y verificables a las autoridades, así como ética, diálogo, transparencia, rendición de cuentas, declaraciones patrimoniales completas, son necesidades de la democracia que sí construyen una paz duradera y real.
Fomentar e impulsar siempre los valores de la democracia, pero no sólo en los discursos, sino en acciones concretas, es una obligación de todo pacifista. Diálogo, libertad, honestidad, ética, tolerancia, respeto, son valores democráticos que sí nos conducen a una paz real.
No hay paz cuando supuestamente vivimos en una democracia, pero no hay diálogo, hay corrupción impune, hay intolerancia, hay violencia, hay ineficacia gubernamental. Todo esto lleva a una crisis. Si los gobiernos traicionan la confianza de las familias y desvían recursos para sus propios egoístas fines personales y de mafia, son responsables del incendio del país. Esos gobiernos están destruyendo la paz.
Y por supuesto, la paz auténtica tiene todo que ver con la educación. Porque la paz, a diferencia de lo que aún piensan algunos, no sólo consiste en que la inseguridad disminuya sus índices, la paz no es sinónimo de “no violencia”.
Esa paz que sólo es una suerte de “alto al fuego”, momentáneo, eventual, es una paz hipócrita y débil. La única paz que vale es la paz permanente, basada en valores y en la puesta en marcha de tales valores. La paz no es en ningún caso una excepción en una normalidad de violencia y caos. Al contrario, en la verdadera paz algunos actos de violencia son siempre una excepción indignante.
La educación nos enseña valores y éstos deben siempre estar salvaguardados y expresados en nuestras leyes. Todo corre de forma paralela. No de manera separada. Las leyes por sí mismas, sin el trabajo permanente de la educación, no garantizan la paz, como podemos atestiguar en el presente.
Porque no se construye la paz de forma negativa, por coacción o por miedo, por temor a sufrir consecuencias administrativas o penales, sino por conciencia, por amor, por el bien común y la solidaridad. Todo pacifista es un humanista.
Además, la paz auténtica representa un conjunto de valores activos, nunca pasivos. Pacifista jamás es sinónimo de “pasividad”. Al contrario, pacifista es alguien consciente, transformador y muy activo. La pasividad no es una característica de la conciencia. Y ahora con las redes sociales, tenemos una oportunidad más de participar al instante.
Quedarse con los brazos cruzados ante el sufrimiento y dolor de la gente, ante el hambre, la injusticia, la corrupción, las transas gubernamentales, las complicidades, la ignorancia, la enfermedad, no es propio de aquellos que están conscientes y luchan cada día por transformar la realidad, y lo hacen desde los valores, desde los ideales, como desde las acciones.
Su conciencia no llegó sólo cuando experimentaron una tragedia que los hizo reaccionar. Llegó porque se condolieron ante los miles de familiares de desaparecidos, de asesinados, de decapitados, de secuestrados, de trata de personas, porque están hartos de mentiras y deshonestidad, porque no desean puestos políticos para su beneficio personal. Porque están dispuestos a sacrificarse por los demás y vivir vidas trascendentes y significativas. Esos son los verdaderos pacifistas. Los nuevos pacifistas. Es la hora de luchar.
POR RAÚL TORTOLERO / elarsenal.net
-
Congreso3 días agoDiputado Toño Carreño condena asesinato del alcalde de Uruapan y exige cese de la violencia en Michoacán
-
Política3 días agoPRI Michoacán: “Nadie está a salvo”; asesinato de alcalde sepulta seguridad y gobernabilidad
-
México2 días agoConfirman 23 muertos y 12 heridos tras explosión en tienda Waldo’s de Hermosillo
-
Seguridad3 días agoFiscalía asegura 757 dosis de presunta metanfetamina en cateo en Morelia
-
Seguridad14 horas ago️Alberto “N”, ‘El Karateca’, Vinculado a Proceso por Homicidio en Jacona
-
Michoacán3 días agoPresidenta Sheinbaum condena asesinato del alcalde de Uruapan y convoca al Gabinete de Seguridad
-
Congreso2 días agoDiputada Vanhe Caratachea exige justicia por asesinato de alcalde de Uruapan y critica fallas en estrategia de seguridad
-
Michoacán2 días agoSSM activa Código Mater para traslados urgentes en emergencias obstétricas y reducir mortalidad

