Connect with us

Opinión

Una simple pregunta

Published

on

El descrédito que pesa sobre la figura presidencial genera una atmósfera que atrae la atención pública y la distrae de los abusos del poder que ocurren en otros niveles de la política nacional. En esta circunstancia, el Presidente se convierte en “pararrayos”, al atraer la atención y las críticas. Esto hace que los desaciertos del resto de la clase política pasen a segundo plano y luego al cajón de los olvidos.

En el oficio de gobernar hay una táctica de mando tan sutil como eficaz para conseguir el apoyo del pueblo. Consiste en irritar a la gente y luego apuntar esa ira hacia un enemigo específico que se quiera combatir. Como ejemplo pongo el siguiente esquema a nivel personal, una dinámica entre los sujetos A y B que afecta a C:

1) A ofende a B;

2) B se enoja con A;

3) A le cuenta a B un chisme grave de C;

4) B se lo cree y repudia a C;

5) B olvida la ofensa original de A y estrecha sus vínculos con él.

Con estas mismas sencillas etapas, llevadas a escala social, es posible conseguir que los habitantes de un país odien a los de otro. Las diferencias que pueden enarbolarse como causa de desprecio pueden ser étnicas, creencias, geografía, etc. El efecto es el mismo y la causa es la manipulación masiva. El ataque japonés a Pearl Harbor desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Hoy vemos cómo crece un conflicto aparentemente originado por la ofensa de la revista Charlie Hebdo a los seguidores de Mahoma, que recibió una inyección de combustible al perpetrarse los recientes atentados de París.

La opinión pública mundial –guiada por Obama– comenzó a incluir también en esta categoría la masacre de San Bernardino, ocurrida el pasado miércoles. El manejo de la comunicación masiva deja de lado un dato importante: que en los Estados Unidos cada día hay un promedio de 92 muertes por arma de fuego: una cada 15 minutos con 40 segundos. El evento, sin embargo, fue enmarcado en un contexto étnico-religioso que “justificaría” una reacción estadounidense violenta.

Un ejemplo mexicano: la Agencia Proceso publicó hace una semana el siguiente encabezado: “Asesinan y calcinan a tres jóvenes priistas en Chihuahua”. Uno de ellos era líder del Frente Juvenil; los tres eran de Ciudad Guerrero, Chih. El hecho de mencionar la filiación política de las víctimas nos hace pensar, por contexto, que la causa de su deceso fue su filiación política. Evidentemente esta idea radicalizará a los simpatizantes del PRI, aunque luego se sepa que la causa de los asesinatos fue otra.

Esa es la vía por la que se logra llevar a los países a la guerra. Es la leña que sigue alimentando la histórica confrontación entre árabes y judíos. Así también se emprendieron las cruzadas: con el estandarte de la fe como efectivo camuflaje del interés económico. El nazismo, las invasiones de los imperios, las guerras territoriales se alimentan de una ira popular alentada por los gobiernos. El primer gran beneficio que obtiene un gobierno al fomentar la animadversión hacia otro, es el apoyo del pueblo. Ese es inmediato y firme.

Las manifestaciones de esta discriminación dejan huellas hondas en la historia. Vemos la tragedia de los migrantes en este mundo irracional y global, en el que los nacionales de un país son despreciados y confinados al encierro de la pobreza, mientras las mercancías y el dinero cruzan libres las fronteras.

En fin, que manipular a una sociedad, un grupo o una persona es una táctica de distracción y manipulación por demás frecuente. Y en ese marco surge la incógnita: ¿estarán los malos políticos mexicanos aprovechándose de la debilidad de la imagen de Enrique Peña Nieto para su beneficio? Una simple pregunta.

POR  / COLUMNASEN NIVEL BANQUETA / elarsenal.net

Continue Reading

Más leídas