Salud y Familia
Con tu hijo adolescente… conversar, respetar, confiar, disfrutar
Ximena Rodríguez.-
Desde que mis hijos adolescentes salen los fines de semana no he pegado un ojo los días viernes y sábados. En el recuerdo quedó aquella maravillosa frase “gracias a Dios que es viernes”. Recuerdo que cuando eran muy chicos pasar noches en vela era como el destino de los padres con hijos chicos. Nada que hacer, cuidarlos, quererlos, estar ahí siempre. A medida que crecieron ya no se enfermaron, ni se obstruyeron más ni nada de eso. Las noches parecían sonreír.
Ahora, la preocupación es permanente. Que si vas a ir en el auto no tomes, que si vas en el auto de tu amigo, cuídalo que no tome, a qué hora vas a volver, dónde vas a estar… tantas preguntas que al mayor de 18 años con carnet de manejar y capacidad de discernimiento lo agobian. Siempre me mira con paciencia y me dice “mamá, tranquila, no va a pasar nada”, y aunque confío en él, cuesta confiar en los entornos, pero hay que desafiarse a uno misma y vencer esta sensación de angustia permanente cada vez que llega un viernes en la noche, un sábado, una víspera de feriado, en fin, cualquier ocasión que implique para el hijo propio exponerse a la vida. Qué difícil. A mí me está costando mucho porque ahora, de mis cuatro hijos, ya van dos en ese nivel. A los más chicos podría hechizarlos y dejarlos de 11 años, la edad ideal en que no van a fiestas ni a juntas, ni salen los fines de semana.
Pero como todos sabemos que eso no es posible, hay algunas experiencias que a nosotros como padres nos han servido para que llegado este momento difícil no se nos escape de las manos. Sin un orden de importancia (todo lo es) les comparto con mucha humildad algunas de ellas.
Conversar. Lo primero es la conversa permanente, demostrar genuino interés todos los días por las cosas que tu hijo hace, por los amigos que tiene (aunque algunos no te gusten), sin el afán voyerista de enterarse de detalles que por lo demás nunca te van a contar, sino con la idea de compartir un buen momento de conversa con tu hijo. Nunca dejar pasar la oportunidad. Así se puede uno enterar de tantas cosas, de intereses, de gustos, de todo ese universo que existe una vez que sale de la casa y los padres aunque queramos ya no podemos controlar todo aquello que les rodea. Valorar mucho cuando se siente feliz y demostrarle alegría por el simple hecho de saber que lo ha pasado bien con sus amigos, también ayuda a generar cercanía con ese hijo adolescente grande, que ya está crecido, con el que la tarea de padres, en cierto modo, “ya está hecha”.
Respetar. Cuando tenemos desacuerdos o definitivamente nos enojamos, saber respetar al otro y pedir respeto en la discusión es muy importante. Yo creo que hemos aprendido a discutir con nuestros hijos grandes en base a mucho respeto, a veces más de nosotros como padres a ellos como hijo que al revés. Pero no importa. Respeto siempre. Comprender sus puntos de vista. Recordar que cuando nosotros salíamos, aunque nos tocó una época muy distinta, muy reprimida, también partíamos de la casa con toda la seguridad del mundo que nada iba a pasar. Y si consideramos que nuestra decisión de que no hagan tal cosa o no vayan a tal lugar es sustentable y razonable hacer ver que nuestra posición es válida y se basa en una genuina preocupación. Ya no estamos para prohibir algo porque sí.
Confiar. Creo que es lo que más nos cuesta. Tener confianza en ellos, saber que desde el día que nacieron hasta hoy (y hasta siempre) nos hemos preocupado con la mayor pasión y dedicación a formarlos como personas de bien, y ahora que ya son responsables de sus actos, sabrán qué hacer y cómo actuar en un momento determinado, especialmente cuando se exponen a situaciones que los hacen vulnerables. No hay que ser ciegos, sabemos que se exponen mucho más de lo quisiéramos y de lo que nos enteramos.
Disfrutar. Creo que hay que disfrutar mucho a estos hijos “grandes”, que también nos pueden dar una mano en la casa y en la vida familiar con algunas tareas que son relevantes, y que los van ayudando a tomar posición como nuevos adultos. Por supuesto, aquí cabe compartir de vez en cuando una rica cerveza.
Con esta perspectiva de las cosas las noches en vela se han hecho más llevaderas y no vivo “echándole la culpa” de mi cansancio a estos hijos que salen, y que siempre, aunque no quieran, vamos a estar esperando que lleguen.
Foto Allysa L. Miller Flickr
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