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Opinión

¿El regreso del calderonismo?

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Los escándalos de sus colaboradoras más cercanas estuvieron a punto de frustrar su regreso. Un efectivo control de daños contuvo las críticas y permitirá que este fin de semana, Felipe Calderón Hinojosa celebre con su esposa Margarita, sus hermanos y los principales funcionarios de su sexenio, su cumpleaños número 51 en México.

Será una fiesta grande, donde el calderonismo demostrará que goza de cabal salud y que está listo para emprender nuevos proyectos, a pesar de las bajas notables entre sus filas.

Al ex presidente le quedan cuatro meses como fellow de Centro Mossavar-Rahmani de la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard. A principios del 2014 volverá instalarse en la Ciudad de México y volverá a la escena pública, al frente de la ONG que ya recauda fondos y vende productos.

Antes, los calderonistas buscarán su regreso al poder. El primer paso es recuperar el control del PAN, con Ernesto Cordero como jefe nacional, quien solo espera entregar la presidencia de la mesa directiva del Senado de la República para lanzarse a esa peligrosa aventura.

Los calderonistas, al paso de tres lustros de intensidad y desbordamiento, acusan debilidad. Calderón formó a su “escuadrón” a partir de 1997, durante su primer año como jefe nacional del PAN. Su cuñado, Juan Ignacio Zavala, había integrado a un grupo de jóvenes estudiantes itamitas, recomendados por Alonso Lujambio a los que confió tareas logísticas y operativas. La estrategia y el discurso quedarían a cargo de Rafael Giménez Valdéz, ex coordinador de investigación del diario Reforma.

Con ese staff y sin el padrinazgo de Carlos Castillo Peraza, intentaría materializar sus anhelos. Había aprendido de su primera experiencia fallida –la candidatura del PAN al gobierno de Michoacán– pero desde entonces definiría su peculiar estilo de liderazgo: aislaría a quienes hicieran recomendaciones incómodas y mantendría cerca a los que apoyaran sus intentonas sin objeciones.

En 1999 atendió a sus consejeros y decidió tomar un año sabático… en Harvard. Esa decisión le cambió la vida pues mientras cumplía con un cómodo programa académico convivía con un amplio grupo de jóvenes, también inscritos en Ivy Leages en Boston, entre quienes destacaban Antonio Vivanco, Daniel Karam y Salomón Chertorivski, a quienes por cierto llamaría a su gobierno. A tres horas de camino estaba Ernesto Cordero, quien cumplía con sus estudios doctorales en Filadelfia.

Calderón y su esposa, Margarita Zavala, se reinstalaron en México en el arranque del foxismo. Y en la Cámara de Diputados fortaleció a su equipo de asesores –que coordinó Cordero desde la Fundación Rafael Preciado– y amplió su equipo político, en el que “los paisanos” –César Nava y Germán Martínez Cásarez– pronto se vieron desplazados por el carisma y la bonhomía de Juan Camilo Mouriño y José Francisco Blake, a quienes la ola foxista había llevado a San Lázaro.

Ésa era la “burbuja” calderonista, a la que apoyaban a Max Cortázar –vecino de los Zavala–, Alejandra Sota, Aitza Aguilar, Virgilio Muñoz, y Abraham Cherem. Con ellos fue a Banobras y después, a la Secretaría de Energía, para incubar el proyecto que lo llevaría a la candidatura presidencial en el 2006. Su arribo a Los Pinos se explica por el trabajo de estrategas de la altura de Dick Morris y Antonio Solá y la operación en tierra de las huestes magisteriales, de Elba Esther Gordillo, y del grupo de gobernadores priistas que rechazó la nominación de Roberto Madrazo.

Para el primer tramo del sexenio, Calderón Hinojosa premió a sus aliados políticos y llevó a su equipo a Los Pinos, donde Mouriño movió los hilos del poder, sin el inevitable desgaste que sufre el huésped del Palacio de Covián. En esos días se implantó una dinámica de trabajo con reuniones mañaneras, para evaluación de la coyuntura y la definición del mensaje. Y después, el monitoreo de los asuntos del despacho.

Los calderonistas en el gabinete estaban claramente identificados: Genaro García Luna, en Seguridad Pública; Salvador Vega Casillas, quien había sustituido a Martínez Cásarez, en la Función Pública y Javier Lozano, en Trabajo estaban soportados por un equipo amplio de funcionarios como Cordero Arroyo, en la subsecretaría de Hacienda; Juan Molinar Horcasitas, en el IMSS; Daniel Karam, en el Seguro Popular.

Los dos primeros años del sexenio son inolvidables, en más de un sentido. La cohesión del gobierno prevaleció, no obstante de salidas irremediables, como la de Francisco Ramírez Acuña, o sacrificios innecesarios, como el de Germán Martínez. Hasta noviembre del 2008, cuando falleció Juan Camilo Mouriño y el rumbo de ese sexenio tomó un rumbo incierto.

Desde entonces, los celos mutuos y un prematuro postcalderonismo –la disputa por la vacante de Mouriño– acabó con el proyecto. En el camino quedó Patricia Flores Elizondo, expulsada a periodicazos de Los Pinos. Y por desgracia, Alonso Lujambio no tuvo la fuerza suficiente para llegar a la candidatura presidencial.

EFECTOS SECUNDARIOS

CONSULTAS. Durante tres días, Monterrey, Nuevo León, será la capital regional del juego. Y es que desde anoche y hasta el sábado tendrá lugar un seminario en el que empresarios, académicos, psicólogos, escritores, legisladores y funcionarios gubernamentales discutirán sobre las tendencias actuales de la ludopatía y las reformas a la legislación que regula la industria del entretenimiento en América Latina. Además de representantes de la Secretaría de Gobernación y de la Lotería Nacional, está confirmada la participación de los diputados Ricardo Mejía Berdeja, Jesús Valdez Palazuelos y Héctor Gutiérrez de la Garza. La organización del evento estuvo a cargo del tijuanense Mario Madrigal, líder del sindicato Sintoled, es vicepresidente la Uni-Global Games, el organismo mundial que aglutina a los trabajadores de las casas de juego.


Por: Alberto Aguirre M. / Correo electrónico: aam@mexico.com / elarsenal.net

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