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Opinión

La masacre de Orlando

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Apenas ayer escribí, en este espacio de opinión, un artículo para respaldar la propuesta del Presidente Enrique Peña Nieto con respecto al matrimonio igualitario, por parecerme ésta totalmente sustentada en la doctrina de los derechos humanos y en nuestro actual marco constitucional.

Y, el mismo día de su publicación (domingo 12 de junio), nos amanecimos con la noticia de que un individuo, al parecer afiliado al Estado Islámico, entró en un bar gay de Orlando, Florida, y disparó sin miramientos sobre la concurrencia. El resultado, hasta ahora: al menos 50 personas muertas y 53 heridas de gravedad.

Los medios han dicho que el autor de esta masacre es un ciudadano estadounidense de nombre Omar Mateen, que es residente en St. Port Lucie, localidad que se halla a 170 kilómetros de Orlando. Y dos cosas salieron de inmediato a primer plano: la violencia dirigida a la comunidad gay y el control de armas.

Por supuesto que, como seres pensantes y civilizados, debemos reprobar rotundamente esa masacre, pero también debemos hacernos la siguiente pregunta: si, al menos, el personal de seguridad de ese bar hubiera tenido armas de fuego para repeler la agresión de inmediato, ¿qué dimensiones hubiera tenido esa agresión?

Y también respondámonos la siguiente pregunta: ¿el control de armas es una medida sensata en un mundo donde resulta muy fácil conseguir un arma?

Lo que sucedió en Orlando debe hacernos reflexionar sobre la condición actual de los seres humanos en materia de seguridad pública, así como sobre las medidas de política pública más sensatas al respecto. ¿A quién le gusta vivir en un clima de incertidumbre, inseguridad y zozobra? Obvio que a nadie. Cada persona quiere vivir en paz y sin violencia. Cada persona quiere sacarle el máximo provecho a su paso por la Tierra. Pero debemos aceptar la “cruda realidad”.

Y la “cruda realidad” es que, en el mundo, hay personas dispuestas a agredir a otras, a lastimarlas, a fastidiarlas. Y muchas de esas personas suelen estar armadas.

¿Qué hacer entonces? ¿Esperar, estúpidamente, a que los policías se anticipen a la mente de los criminales y eviten que éstos nos hagan daño? ¿Ser una estadística más del crimen y formarnos a esperar “justicia” en tribunales llenos de burócratas? ¿O prepararnos para defendernos ante probables agresiones?

El mismo domingo 12 de junio, tras leer la noticia sobre la masacre de Orlando, leí la de unos pasajeros que ejercieron su legítima defensa en contra de tres asaltantes, en el Municipio de Ecatepec, sobre la carretera México-Pachuca, con saldo de dos de los asaltantes muertos y, el tercero de ellos, herido.Enardecidos, los pasajeros la emprendieron a puños contra los criminales, quienes incluso iban armados.

Y todos los días, absolutamente todos, vemos en la prensa noticias similares. ¿Por qué nos engañamos, entonces? El mundo no es un paraíso y nunca lo será, ni duda cabe. Pero si sabemos esto, ¿por qué no procedemos con un mínimo de coherencia y congruencia?

La teoría liberal del Estado, esa que mucho se enseña y poco se aprende en las carreras de Derecho, Ciencias Políticas, Economía, Administración Pública, etc., es muy clara al respecto: el gobierno, entre sus funciones esenciales, tiene la de la provisión del servicio de seguridad pública y seguridad nacional, pero también debe reconocer el derecho de las personas a abastecerse de los medios de defensa necesarios para defender su vida, su libertad, su familia y su patrimonio.

El derecho a la auto-protección y a la legítima defensa es un derecho humano, un derecho fundamental, un derecho esencial, un derecho irrenunciable. La teoría liberal lo estableció claramente en los primeros textos constitucionales de la Modernidad, especialmente en los de EE.UU. y Francia. ¿Por qué entonces lo hemos descuidado?

Obviamente, tras la masacre de Orlando miles de personas y de activistas gais están exigiendo justicia; exigencia que apoyamos, sin lugar a dudas. Sin embargo, y así se los he dicho a varios de mis amigos de ladiversidad sexual en México, es hora de que también hagan exigible su derecho a la auto-protección y a la legítima defensa, en los términos que postula y garantiza el artículo 10 de nuestra Constitución.

Y que quede claro: no se trata de invitar a las personas gais a ser máquinas de matar, sino a tomar en serio el derecho que los asiste a repeler legítimamente las agresiones en su contra.

Es algo parecido a lo que he dicho, una y otra vez, con respecto a la violencia hacia las mujeres: resulta francamente estúpido pensar que un agresor se va a detener ante un “moñito naranja”, una “alerta de género”, una campaña He for She o un “silbato mancerista”.

Un homófobo con intenciones homicidas no se va a detener sino a través de una violencia ejercida en su contra y de forma defensiva, en el momento oportuno. Nadie quisiera que así fuera el mundo, pero así es. Habrá individuos que, aun a regañadientes, toleren a las personas gais; pero habrá otros cuyo desprecio hacia ellas los llevará incluso al asesinato cruel y despiadado, como en Orlando.

Y en este mundo hay que pensar en todo.

Algunos medios están diciendo que la matanza de Orlando se suma a las 132 que, más o menos, van tan sólo este año en los EEUU. Y no ha faltado quien exija un mayor control de armas, casi al grado de la prohibición.

Yo creo que si el bar gay atacado en Orlando y el centro nocturno (Madame) atacado en Jalapa el pasado 21 de mayo hubieran tenido un cuerpo de seguridad armado, la tragedia hubiera podido evitarse o, al menos, contenerse para evitar un aumento en el número de víctimas.

Finalmente, esperemos que estos trágicos acontecimientos alimenten en todos nosotros un mayor espíritu de tolerancia hacia la gente gay. Y también esperemos que la gente homosexual eleve su nivel de exigencia con respecto a su derecho a la auto-protección y a la legítima defensa.

POR  / CIUDADANO CEROCOLUMNAS / Profesor UAM-Xochimilco y UPN-Ajusco  /  elarsenal.net

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