Un par de nalgadas a la Suprema Corte

No por ser la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la Suprema Corte siempre emite fallos impolutos. Es más, a veces sus sentencias resultan violatorias hasta del sentido común más elemental.

Si evaluamos las actuaciones de la Suprema Corte en lo que va del siglo XXI, descubriremos que, en su haber, tiene perlas finísimas al lado de cacahuates acedos. Su desempeño ha sido desigual y, en ocasiones, muy criticable.

Criticable es, por supuesto, la más reciente insensatez emitida por la Suprema Corte, a saber: que basta la aplicación de “golpes leves”, nalgadas incluidas, o de simples amenazas de golpes, para que las madres y los padres pierdan la “patria potestad”. Así, como lo leyeron.

Queda claro que los parámetros de la educación moderna tienden a eliminar, de manera definitiva, los castigos físicos en la crianza de los pequeños. Sin embargo, nada obsta para que, de forma excepcional, justificada, moderada, racional, explicada y correctiva, pudiera aplicarse un castigo físico dentro de la crianza de los infantes, siguiendo el criterio que se aplica, guardando las obvias proporciones, con respecto a los adultos que incurren en ciertos abusos dentro de todo régimen democrático.

Así como ciertos abusos de los adultos pueden ser repelidos y contenidos por los cuerpos del orden, en su papel de monopolio del uso legítimo de la fuerza, hemos de considerar viables y legítimas algunas acciones físicas para contener y corregir claras conductas abusivas por parte de los infantes.

Quién sabe en qué estudios científicos se haya basado la Suprema Corte para sustentar su espantoso fallo. Y no creo que las y los Ministros se hayan tomado el tiempo suficiente para, al menos, leer lo que lateoría pedagógica puede decir al respecto.

Una de las grandes referencias en la materia sigue y seguirá siendo la experiencia de Antón Makárenko (1888-1939), sobre todo aquella que quedó plasmada en su famoso Poema Pedagógico.

En 1920, Makárenko aceptó ponerse al frente de un centro para adolescentes en conflicto con la ley (“delincuentes juveniles” era un término común en esa época), la Colonia Gorki, en donde el trabajo cooperativo resultaba fundamental para sobrevivir. Estamos hablando de una Rusia que a duras penas salía de los estragos de la Primera Guerra Mundial, y que estaba tratando de construir un nuevo tipo de sociedad, que a la larga resultó un fracaso: el comunismo soviético.

Uno de los habitantes de la Colonia Gorki era un joven muy problemático, llamado Zadórov. Fiel a su propio ideario humanista, Makárenko intentó disciplinar al joven relapso empleando todos los medios disciplinarios de naturaleza pacífica. Pero el pobre pedagogo ruso sólo acumuló fracasos y frustraciones, porque Zadórov era un granuja de tiempo completo.

Tras haber tratado de razonar con el mozalbete una y mil veces sin éxito alguno, y al ver que el chamaco incluso había elevado su grado de desobediencia, agandalle y abuso, un buen día Antón Makárenko abofeteó a Zadórov, haciéndolo consciente de su iniquidad, así como del daño que se hacía a sí mismo y a la colectividad.

La reprensión aplicada por Makárenko no solamente impactó al joven indisciplinado, sino a todos los habitantes de la colonia. Y el resultado fue positivo en el corto plazo y de manera permanente. De este modo, el pedagogo ruso nos demostró cuán valioso puede ser un castigo físico cuando se aplica como último recurso correctivo ante una clara y perniciosa actitud de abuso, mirando ante todo por el bien del menor y aplicando razonadamente una fuerza moderada.

No se trata de lastimar al otro motivados por el odio, sino de corregir sus malos hábitos con base en las normas más elementales de la vida en sociedad. Es la esencia de la pedagogía de la corrección de los malos hábitos. Un asunto esencial en la educación de los menores.

Makárenko, finalmente, no estaba aplicando un principio distinto al que, de hecho, se suele aplicar en la inmensa mayoría de los hogares de la época moderna.

Como norma de sentido común, y en cuanto a la corrección de los malos hábitos de los menores, resulta que las madres, los padres o los tutores deben agotar, a manera de primera etapa, todos los medios de persuasión y diálogo que tienen a su alcance. Hay que intentar, una y otra vez, hacer razonar a los “chamacos malcriados” (vox populi). Hacerles ver las consecuencias negativas de sus malos hábitos.

En una segunda etapa, los correctivos toman otras formas: los adultos deben limitar el acceso del menor a las cosas que más le gustan, que más le agradan, sin dejar de cubrir sus necesidades fundamentales. Se le puede limitar su acceso a, y disfrute de, las golosinas, los juegos, las aficiones, el tiempo de convivencia con las amistades, el tiempo de recreo, las distracciones, etc.

En una tercera etapa, las medidas correctivas consisten en privarlo total, pero temporalmente, de las cosas que más aprecie, quedando excluidos los satisfactores de necesidades básicas, obviamente. Y, al mismo tiempo, se realiza una vigilancia más exhaustiva del menor con respecto al cumplimiento de sus obligaciones diarias, y se le induce a la realización de actividades que fortalezcan su disciplina personal, como la práctica de un deporte, una actividad filantrópica o una acción de beneficio social.

Y únicamente en una cuarta etapa, agotadas a conciencia las tres anteriores, puede ser procedente, de forma excepcional, un castigo físico aplicado con moderación, de manera justificada, con fines correctivos y siempre explicándole al muchacho el por qué de ese castigo.

He de decir que los adultos de veras razonables y responsables en la crianza de los niños, casi nunca tendrán necesidad de llegar a la cuarta etapa. Pero ésta debe ser tomada en cuenta, sin duda.

Acabo de realizar, grosso modo, un resumen de las principales medidas correctivas que los grandes pedagogos modernos han venido hilvanando, desde Jan Amos Comenio (1592-1670) hasta nuestros días, incluidos los del enfoque Montessori, que, aunque afirman no basarse en la lógica de “premios y castigos”, en los hechos terminan aplicándola bajo la figura “actos-consecuencias”.

Me da la impresión de que las y los Ministros de la Corte poco se documentaron para emitir su pésimo fallo. Muchos pedagogos y psicólogos infantiles les habrían demostrado que hay nalgadas que, dadas a tiempo y con moderación y cariño, pueden hacer que un chamaco corrija a tiempo sus malos hábitos o sus abusivas actitudes, sin generar en éste ningún tipo de trauma.

Quizás los togados de la Suprema Corte, gracias a sus jugosos sueldos judiciales, contaron para su beneficio con guarderías de lujo o con ejércitos de nanas que los alejaron de la verdadera experiencia de educar a un infante. Quizás sólo están mal documentados.

Yo pronostico que el arranque “progre” de nuestra Suprema Corte sólo va a servir para arreciar la jauría maternal-paternal en los juicios familiares, especialmente en materia de divorcio, guarda y custodia, pensiones alimenticias, y alienación parental.

La Suprema Corte estúpidamente le ha abierto la puerta a un motivo más para agudizar los conflictos familiares que llegan a los juzgados: “Tú le dices al juez que tu papá (o tu mamá) te dio una nalgada, ¡eh!”. Ya lo veo venir, ya lo veo. A veces los jurisconsultos son gente de poco juicio.

Para acabar, me quedo pensando en lo importante que resulta el que la gente sólo tenga los hijos que de veras quiere tener. Esto facilitaría las labores de educación y de crianza. De aquí la importancia de que el aborto sea legal en todo México. Tema en el que, por cierto, la Suprema Corte ha guardado silencio.

Vaya, pues, un par de nalgadas a la Suprema Corte.

POR CARLOS ARTURO BAÑOS LEMOINE / Profesor UAM-Xochimilco y UPN-Ajusco / CIUDADANO CERO, COLUMNAS / elarsenal.net