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Salud y Familia

¿Por amor a los niños?

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Muchas parejas que están quebradas, separadas o emocionalmente divorciadas, deciden quedarse en malas relaciones “por amor a los niños”. El supuesto de esta decisión es ayudar a los niños a vivir con madre y padre y que no tengan “conflictos” posteriormente.

Lo que muchos adultos obvian es que los niños tienen una gran habilidad para “leer” las emociones de los adultos y difícilmente podrán ocultarles la realidad a sus hijos.

 
Pero, y es lo más importante, una pareja que vive bajo el mismo techo, pero separada emocionalmente, va instalando en su relación una tensión tan grande que finalmente es prácticamente imposible que dicha tensión no se convierta en discusiones, conatos de peleas, agresiones verbales y actitudes que demuestren lo mal que se sienten frente a la situación. En ese ambiente, un niño comienza a ser intoxicado por las emociones destructivas que tienen los adultos.
 
El verdadero “amor por los niños” debería hacer que una pareja busque ayuda de algún terapeuta, orientador familiar o mediador, que les ayude a entender el daño que le hacen a sus hijos con conductas erráticas y destructivas.
 
Es mucho más sano para un niño vivir la realidad de tener a padres divorciados donde no hay tensión ni agresiones mutuas, que estar bajo el alero de un hogar donde los padres se lastiman mutuamente, y de paso, maltratan a sus hijos, testigos de algo que no debería ver, porque en su mente infantil la interpretación de los hechos, tiene un carácter muy distinto, es común que muchos niños se culpen a sí mismos por la mala relación de sus padres o terminen siendo desprotegidos afectivamente porque los padres están más enfocados en sus conflictos personales que en la ayuda de los hijos.
 
No existen “buenos divorcios”, toda separación deja secuelas emocionales y hasta físicas, no obstante, es mejor llevar el asunto en paz, con la ayuda de un mediador, que seguir adelante en una relación que no funciona y los daña.
 
Judith Wallerstein, una especialista en hijos de divorciados, descubrió en su estudio de seguimiento que inició por allá en el año 1970, que los hijos que mejor se adaptan y aquellos que logran un mejor desarrollo en sus vidas, son aquellos donde sus padres no los usan, en primer lugar, como moneda de cambio para chantajearse mutuamente, y aquellos que vivieron la separación de sus padres siempre de cara a la verdad y sin violencia.
 
Los niños son perceptivos. No necesitan decírselo pero él o ella sabe que algo no está bien en la relación de sus padres. Cuando lo que ocurre no se habla de manera honesta y transparente, lo que se produce en el niño es una gran angustia, que lo lleva a tener desórdenes escolares, afectivos y físicos.
 
En cambio, un niño, que es amado, protegido y al que se le asegura con palabras y hechos que, pase lo que pase, sus padres lo amarán incondicionalmente y nunca lo dejarán, es un niño que comienza a elaborar mejor el divorcio o separación de sus padres que aquel que vive en un contexto de violencia, tensión, agresión o silencios dañinos.
 
No es fácil un divorcio. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Sin embargo, es mejor cuando los adultos actúan como adultos y no caen en juegos peligrosos de agresión, manipulación o tensión por no encarar claramente lo que les ocurre. En dicho ambiente, los niños viven inseguros, amargados, aterrorizados y con la convicción de que hay algo mal en ellos, cuando lo único que ocurre es que le tocó vivir entre adultos que, muchas veces, se han quedado pegados en conductas adolescentes.
 
Por amor a los niños, lo mejor es buscar ayuda, pedir la asesoría de un mediador y tomar las decisiones que ayuden, efectivamente, a los hijos a elaborar algo que para sus mentes infantiles resulta muy difícil de entender.

 

momwo.com

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